14 ene 2009

La autobiografía de Charles Darwin, sin censurar, para conmemorar el bicentenario de su nacimiento


El aniversario se cumplirá el 12 de febrero, día de nacimiento del naturalista inglés Charles Robert Darwin (1809-1882), y en noviembre se recordarán los 150 años de la publicación de "El Origen de las Especies" (1859), la obra que sentó las bases de la teoría moderna de la evolución.

La editorial española Laetoli, en colaboración con la Universidad Pública de Navarra / Nafarroako Unibertsitate Publikoa, está publicando en castellano toda la obra de Darwin, y pondrá en la calle a finales de enero la autobiografía completa, sin censurar, de este naturalista.

«Un editor alemán me escribió pidiéndome un informe sobre la evolución de mi mente y mi carácter —escribe Darwin—, junto con un esbozo autobiográfico, y pensé que el intento podría entretenerme y resultar, quizá, interesante para mis hijos o para mis nietos. [...] He intentado escribir el siguiente relato sobre mi propia persona como si yo fuera un difunto que, situado en otro mundo, contempla su existencia retrospectivamente, lo cual tampoco me ha resultado difícil, pues mi vida ha llegado casi a su final». No obstante, a los ojos de la familia, y especialmente de su mujer Emma Wedgwood, Darwin escribió estas memorias con demasiada libertad. El autor de El origen de las especies exponía abiertamente sus opiniones sobre amigos y conocidos, y de manera muy particular sobre la religión (el cristianismo le parecía, por ejemplo, «una doctrina detestable»). El texto apareció censurado en su primera edición, y sólo en la década de 1950 se recuperó la versión íntegra, sin recortes, que publica ahora esta editorial en su colección "Biblioteca Darwin".

Anteriormente se había publicado la versión manipulada (por Alianza en 1977 y Belacqua en 2006), o la versión íntegra pero restituyendo los párrafos censurados en una versión enmendada, por lo que había dos traductores (Alianza, 1997). Asimismo, Altafulla reprodujo (1987) una edición íntegra preparada por la Academia de Cuba, publicada en 1986.

Extraigo párrafos de la Introducción de Martí Domínguez (Universitat de València):

Darwin redactó las 121 páginas del relato principal entre mayo y agosto de 1876, escribiendo —como lo explica él mismo— una hora todas las tardes. Durante los seis últimos años de su vida, amplió el texto a medida que le llegaban los recuerdos e insertó 67 páginas de adenda. Por tanto, constituye un documento excelente para conocer de primera mano su biografía, la percepción de sus éxitos, las inquietudes producidas por sus libros y muchos otros detalles transcendentales de su vida.

Sin embargo, en el momento de editar la Autobiografía, cinco años después de su muerte, Francis Darwin (tercer hijo de Charles Darwin y su colaborador más próximo y fiel, fue el encargado de revisar y preparar para la edición la Autobiografía inédita y póstuma de su padre) decidió realizar una larga serie de correcciones y supresiones, bajo la firme supervisión de su madre, Emma Wedgwood. Al mismo tiempo, añadió un conjunto de apéndices, basados en recuerdos sobre su padre, una recopilación de cartas y un largo capítulo dedicado a recoger sus opiniones sobre la religión. Según escribe Nora Barlow en la introducción de la edición de 1958, la familia estaba dividida respecto a la oportunidad de publicar algunos párrafos relativos a sus ideas religiosas: si bien Francis Darwin era partidario de publicar el texto sin ninguna modificación que no fuera absolutamente necesaria, otros miembros de la familia —entre ellos, sin duda, su madre, de fuertes convicciones religiosas— opinaban que algunas de aquellas opiniones podrían resultar perjudiciales para su memoria. Finalmente se pactó un texto de consenso que pareciese bien a todos los miembros de la familia, tan unida por otra parte en los demás asuntos. Resulta por ello muy interesante analizar de qué manera recortaron, recondujeron y, sencillamente, manipularon la Autobiografía de Darwin, con el objeto de presentarla con el aspecto menos polémico posible.
Este análisis resulta especialmente sugerente si nos centramos principalmente en la presentación del capítulo dedicado a la religión. Comenzaba con una carta enviada a J. Fordyce, que se publicó en el libro Aspects of scepticism (1883):
Cuáles sean mis propias opiniones es una cuestión que no importa a nadie más que a mí. Sin embargo, puesto que lo pide, puedo afirmar que mi criterio fluctúa a menudo... En mis fluctuaciones más extremas, jamás he sido ateo en el sentido de negar la existencia de un Dios. Creo que en términos generales (y cada vez más, a medida que me voy haciendo más viejo), aunque no siempre, agnóstico sería la descripción más correcta de mi actitud espiritual.

Un tema tan resbaladizo como el de la religión le resultaba incómodo y peligroso de manera muy particular; sabía que sus palabras serían escudriñadas y analizadas hasta el último detalle, cuando no sacadas de contexto. Aun así, no podía dejar de contestar a las numerosas misivas que recibía al respecto, y cuando el estudiante alemán insistió, el viejo Darwin replicó (Darwin, 1887):
Estoy muy ocupado, soy un hombre viejo, falto de salud y no puedo dedicar tiempo a resolver totalmente sus preguntas; en verdad, tampoco pueden ser resueltas. La ciencia nada tiene que ver con Cristo, excepto en la medida en que el hábito de la investigación hace que una persona sea cautelosa a la hora de admitir pruebas. Por lo que a mí respecta, no creo que haya tenido jamás revelación alguna. En cuanto a una vida futura, cada persona debe decidir por sí misma entre probabilidades inciertas y contradictorias.

Sorprende la paciencia de Charles Darwin. En cualquier caso, de la lectura de todas estas cartas y confidencias recogidas por su hijo Francis se desprende la actitud de un investigador prudente, nada beligerante con la religión, que evita entrar en polémicas fútiles y herir las creencias religiosas de las personas.

Estas supresiones son de doble interés, no sólo porque nos aportan detalles nuevos sobre el pensamiento de Darwin, sino también porque revelan la mentalidad de los censores, qué es lo que les pareció improcedente y cómo creyeron salvaguardar la memoria de su ser querido. Algunas de las omisiones son sorprendentes, como esta evocación de infancia:

Por aquel entonces, o, según espero, a una edad un poco menor, robaba a veces fruta para comerla. Una de mis estratagemas era realmente ingeniosa. El huerto de la cocina se cerraba por la noche y estaba cercado por un muro alto, pero ayudándome en los árboles vecinos lograba subir con facilidad a la albardilla. Luego, fijaba una vara larga al fondo de un tiesto de buen tamaño y, empujando hacia arriba aquel montaje, arrancaba melocotones y ciruelas, que caían al tiesto asegurándome el botín de esa manera. Me acuerdo de haber robado de muy pequeño manzanas de la huerta para dárselas a algunos chicos y jóvenes que vivían en una casita no lejos de la nuestra; pero antes de entregarles la fruta les mostraba lo rápido que podía correr, y es fantástico que no me percatara de que la sorpresa y admiración que manifestaban ante mi capacidad como corredor se debía a las manzanas. Pero recuerdo muy bien que me encantaba oírles declarar que nunca habían visto a un chico correr tan deprisa.


También se eliminó que su padre en una ocasión le confesó que en su juventud había sido masón, o los apremiantes consejos que daba a las parejas con problemas matrimoniales, o buena parte del párrafo siguiente:

Algunos de aquellos muchachos eran bastante inteligentes, pero debo añadir, en función del principio noscitur a socio [dime con quién andas y te diré quién eres], que ninguno de ellos llegó a distinguirse lo más mínimo.


O la última parte del párrafo que sigue, a partir de la objeción:
Uno de ellos fue Ainsworth, que publicó más tarde sus viajes por Asiria; en geología seguía la corriente werneriana y sabía un poco de muchas cosas, pero era superficial y de labia fácil.

En definitiva, Francis Darwin, con la firme supervisión de su madre, pulió el texto y eliminó imprudencias, enervándolo de vez en cuando. El texto original es más vivo, mordaz, interesante y está repleto de anécdotas y de una constante ironía, muy inglesa, que la versión “revisada”. Del ornitólogo Macgillivray dejaron que era el autor de un libro excelente, pero eliminaron prudentemente que “casi no tenía el aspecto ni las maneras de un caballero”; del botánico Robert Brown conservaron que “era capaz de las acciones más generosas”, pero suprimieron que “era un completo avaro”. O de Fitz-Roy cortaron sin contemplaciones todo este párrafo tan significativo:

Cuando se turnaban antes del mediodía, los oficiales de menor rango solían preguntarse “cuánto café caliente se había servido aquella mañana”, con lo que se referían al humor del capitán. Era también un tanto suspicaz y, de vez en cuando, muy depresivo, hasta el punto de rayar en la locura en cierta ocasión. A menudo me parecía que carecía de sensatez o de sentido común.

Como era de esperar, el paso de este cedazo de malla tan fina resultó especialmente implacable con las opiniones religiosas. He aquí algunos de los fragmentos suprimidos:

Nunca se me ocurrió pensar lo ilógico que era decir que creía en algo que no podía entender y que, de hecho, es ininteligible. Podría haber dicho con total verdad que no tenía deseos de discutir ningún dogma; pero nunca fui tan necio como para sentir y decir: Credo, quia incredibile [creo porque es increíble].

Por más hermosa que sea la moralidad del Nuevo Testamento, apenas puede negarse que su perfección depende en parte de la interpretación que hacemos ahora de sus metáforas y alegorías.

Me resulta difícil comprender que alguien deba desear que el cristianismo sea verdad, pues, de ser así, el lenguaje liso y llano de la Biblia parece mostrar que las personas que no creen —y entre ellas se incluiría a mi padre, mi hermano y casi todos mis mejores amigos— recibirán un castigo eterno.
Y ésa es una doctrina detestable.

Un ser tan poderoso y tan lleno de conocimiento como un Dios que fue capaz de haber creado el universo es omnipotente y omnisciente, y suponer que su benevolencia no es ilimitada repugna a nuestra comprensión, pues, ¿qué ventaja podría haber en los sufrimientos de millones de animales inferiores durante un tiempo casi infinito?

Pero no se puede dudar de que los hindúes, los mahometanos y otros más podrían razonar de la misma manera y con igual fuerza en favor de la existencia de un Dios, de muchos dioses, o de ninguno, como hacen los budistas. También hay muchas tribus bárbaras de las que no se puede decir en verdad que crean en lo que nosotros llamamos Dios: creen, desde luego, en espíritus o espectros, y es posible explicar, como lo han demostrado Tylor y Herbert Spencer, de qué modo pudo haber surgido esa creencia.

¿No serán, quizá, el resultado de una conexión entre causa y efecto, que, aunque nos da la impresión de ser necesaria, depende probablemente de una experiencia heredada? No debemos pasar por alto la probabilidad de que la introducción constante de la creencia en Dios en las mentes de los niños produzca ese efecto tan fuerte y, tal vez, heredado en su cerebro cuando todavía no está plenamente desarrollado, de modo que deshacerse de su creencia en Dios les resultaría tan difícil como para un mono desprenderse de su temor y odio instintivos a las serpientes.
Nada hay más notable que la difusión del escepticismo o el racionalismo durante la segunda mitad de mi vida. Antes de prometerme en matrimonio, mi padre me aconsejó que ocultara cuidadosamente mis dudas, pues, según me dijo, sabía que provocaban un sufrimiento extremo entre la gente casada. Las cosas marchaban bastante bien hasta que la mujer o el marido perdían la salud, momento en el cual ellas sufrían atrozmente al dudar de la salvación de sus esposos, haciéndoles así sufrir a éstos igualmente. Mi padre añadió que, durante su larga vida, sólo había conocido a tres mujeres escépticas; y debemos recordar que conocía bien a una multitud de personas y poseía una extraordinaria capacidad para ganarse su confianza.


Como puede verse, las opiniones sobre la religión de Charles Darwin eran mucho más críticas y provocadoras de lo que pretendía su hijo Francis. En sus comentarios hay un escepticismo, una actitud espinosa, crítica, por momentos beligerante, hasta el extremo de tildar el cristianismo de “doctrina detestable”. La Sra. Darwin comentó este fragmento (desde “Me resulta difícil comprender” hasta “doctrina detestable”) en su propio manuscrito: “Me disgustaría que se publicara el pasaje colocado entre paréntesis. Me parece duro. Sobre la doctrina del castigo eterno por falta de fe no se puede decir nada severo; pero, en la actualidad, sólo muy pocos llamarían a eso ‘cristianismo’ (aunque las palabras están ahí)”. Es muy probable que fuera ella, creyente fervorosa, quien realizara buena parte de los recortes y enmiendas al texto. En este sentido, se ha conservado una carta muy significativa dirigida a su hijo Francis y que alude al párrafo en el que se establece esa curiosa comparación entre el miedo del hombre a no creer y el temor innato de un simio hacia una serpiente:

Estimado Frank,
Hay una frase en la Autobiografía que deseo muchísimo que se omita, debido, sin duda, en parte, a que me resulta dolorosa la opinión de tu padre de que toda moralidad surge por evolución; pero también a que, en el pasaje donde aparece, produce una especie de sobresalto, y, por más injusto que sea, daría pie a decir que, según él, cualquier creencia espiritual no es más elevada que las aversiones o aficiones hereditarias, como el temor de los monos hacia las serpientes.
Pienso que el aspecto irrespetuoso desaparecería si la primera parte de la conjetura se dejara sin la ilustración del ejemplo de los monos y las serpientes. No creo que necesites consultar a William sobre esa omisión, pues no cambia la sustancia de la Autobiografía. Me gustaría, si es posible, evitar causar dolor a los amigos religiosos de tu padre, que sienten por él un profundo aprecio, y me estoy imaginando cómo iba a herirlos esa frase, incluso a personas tan liberales como Ellen Tollett y Laura, y mucho más al almirante Sullivan, a la tía Carolina, etcétera, e incluso a los viejos criados.
Tu madre, querido Frank.
E. D.


Por tanto, la familia Darwin hizo todo lo posible para “equilibrar” las opiniones religiosas del científico (o quitarles acritud). En definitiva, eliminaron cualquier atisbo de agresividad; y si bien les resultaba imposible —sin adulterar groseramente su memoria— presentarlo como un creyente practicante, evitaron al menos que las opiniones más ácidas y desengañadas viesen la luz. Se trataba de salvaguardar su buen nombre y de no herir con sus opiniones a amigos y familiares (el almirante Sullivan, la tía Caroline, algunos viejos criados...). Incluso da la sensación de que los Darwin quisieron sugerir que el agnosticismo de Charles Darwin no tenía mayor calado que el de un científico demasiado ensimismado en su investigación y que no era capaz de aprehender el hecho religioso con su método de trabajo. Un pecado menor, en todo caso, que no debía proyectar ninguna sombra sobre su valiosa obra investigadora.
Con todo, como bien advertía Aveling con su voz gruesa y su mirada de reptil, no deja de ser curioso que un pensador como Darwin —agnóstico o ateo— descanse en la abadía de Westminster.


Es una obra interesante, de fácil y amena lectura, y que acerca a este científico en su aspecto más personal.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy interesante. Hace poco estuve a punto de comprar la autobiografía editada por Belacqua. Después de leer esto esperaré a que salga la de Laetoli, gracias por la información.

Carlos dijo...

Te aseguro que merece la pena. Aparte de ser la obra completa, gracias a esa parte que nunca se debió de suprimir, se ve un Darwin crítico, a veces irónico o, incluso, pelín caústico. Se lee de manera muy entretenida, la verdad, y también es una manera de situarlo en el entorno que vivió.

Anónimo dijo...

Estoy muy contento de haber dado con esta información, porque aunque sabía de la censura familiar, variable según las ediciones, no pensaba que hubiera sido tan fuerte por parte de Emma, ni que hubiera dividido a la familia, tambiés desconocía que fuera a aprecer una edición original íntegra. Es un buen regalo del Año Darwin disponer de su testamento completo sobre su pensamiento y carácter, como él lo calificó. Gracias Carlos por la información, por supuesto que esperaré a que salga la edición Laetoli y haré una buena contrastación con la que he utilizado hasta ahora mismo.

Carlos dijo...

Os puedo decir que esta semana salió calentito de imprenta, de manera que ya deberiais de poderlo conseguir en vuestra librería.
Está bien la obra, hay partes de lo más curiosas.

Giancarlo Callao dijo...

Pues yo acabo de leer la versión censurada de la Autobiografía y bueno no me siento tan decepcionado, pero aun así buscaré la versión completa para tener un mejor entendimiento de la personalidad y pensamiento de este gran hombre. ¡Muy buen post!

Te quiero, Pi